La crónica celeste. Historia de la selección uruguaya de fútbol: triunfos, derrotas, mitos y polémicas (1901-2010)
de
de
Luis Prats
Esta historia
Esta reseña intenta recorrer el camino transitado a lo largo de más de un siglo por la Selección uruguaya de fútbol, deteniéndose en resultados pero también en procedimientos, estilos y consecuencias. Recogiendo las voces de cada época, con su tono, visión y proyección. También buscando derribar algunos mitos, alimentados por la tradición oral —“todos los brasileños estaban convencidos de su victoria antes de 1950”, “el remate de Schiaffino que detuvo el barro era el triunfo sobre los húngaros”...—. Con una mirada especial a los triunfos, que fueron muchos, hasta desmesurados para el tamaño del país y su organización deportiva, pero sin obviar dificultades y derrotas. También de ellas se hace la vida, porque obligan a examinar los errores cometidos y enseñan a valorar los momentos de gloria.
La obra ha sido dividida en doce capítulos, más una conclusión, de acuerdo a períodos bien diferenciados en cuanto a generaciones de futbolistas, nivel de juego, procesos de conducción y participación en competiciones internacionales por parte de la Selección.
La primera década del siglo asistió a los pasos iniciales del combinado, cuya evolución apenas pudo medirse por los resultados obtenidos ante los adversarios argentinos. En esos años se esbozó el equipo, que ni siquiera tenía un color de camiseta que lo identificara.
A partir de 1910, el seleccionado alcanzó una personalidad propia, y no solamente por la adopción del celeste como divisa oficial. A partir de ese año se registró una rápida evolución técnica en el fútbol local, que se verificó en los cada vez más frecuentes triunfos sobre Argentina y luego en los títulos sudamericanos.
En 1923, el fútbol uruguayo miró hacia horizontes más lejanos y así alcanzó los títulos olímpicos, que entonces equivalían a los mundiales. Ese lapso fue protagonizado por un grupo de jugadores que extendería su influencia —y sus triunfos— durante más de una década. Un hecho fundamental para la historia de este deporte fue la disputa del primer Mundial (Montevideo 1930), por lo cual merece un capítulo propio.
Poco después de la conquista de ese Mundial, el fútbol uruguayo decayó, aunque la medida exacta de su pendiente no pudo comprobarse por la suspensión temporal de la Copa del Mundo debida a la Segunda Guerra Mundial. Sin embargo, los resultados demostraron que las nuevas generaciones no alcanzaron categoría de la anterior. También debe destacarse que en los años ’40 el fútbol argentino alcanzó su etapa de esplendor y poco después Brasil inició su crecimiento como potencia.
A mediados de esa década, empero, comenzaron a surgir en el país nuevas figuras, que alcanzarían su consagración en el Mundial de 1950. Este triunfo, el más célebre alcanzado por futbolistas de esta tierra, ha trascendido las connotaciones futbolísticas tanto para uruguayos como para brasileños y por lo tanto ha sido relatado, comentado y recordado de mil formas. Las más extremas han sido la glorificación a niveles mitológicos de esa conquista, por un lado, y la negativa a cualquier celebración de la misma, como presunta fuente de posteriores frustraciones para el fútbol de este país y hasta para su sociedad, por el otro. En este libro, entonces, se optó por dos aproximaciones menos usuales: el repaso de la preparación del seleccionado celeste, que resultó bastante accidentada, y la simple descripción de las incidencias principales del partido decisivo, que brinda muchas pistas sobre las razones del éxito celeste.
La victoria de Maracaná abrió un nuevo período dorado, aunque resultó mucho más breve que el ciclo olímpico, y terminó en forma más abrupta y dolorosa, con la eliminación del Mundial de 1958.
Las etapas sucesivas de la historia celeste registran una permanente búsqueda del regreso a las glorias pasadas, jamás recuperadas, aunque con periódicos triunfos continentales que alimentaron ese sueño. Entre 1960 y 1970, Uruguay participó de tres mundiales, con suerte diversa, aunque los torneos internacionales de clubes abrieron un nuevo campo para las obtención de títulos.
En 1971 se inició un proceso de deterioro de la competitividad que estuvo unido al creciente éxodo de los mejores futbolistas locales al exterior. Al mismo tiempo, se apreció una pérdida de aptitudes técnicas y físicas de los jugadores que agravó la situación.
La aparición de otras generaciones de figuras, muchas de ellas fogueadas en los torneos juveniles, permitió recuperar posiciones durante la década del ’80, lo que se tradujo en nuevos títulos continentales y la disputa de los mundiales de 1986 y 1990, luego de una ausencia de doce años. Sin embargo, este período también encerró el germen de situaciones conflictivas que involucraron a dirigentes, entrenadores, futbolistas, periodistas y un nuevo actor del deporte profesional, el representante o contratista, en un marco de intereses económicos cruzados.
En el último decenio del siglo XX el fútbol local vegetó entre los antagonismos internos y los pobres resultados deportivos, una situación de la que actualmente se buscó salir por caminos diferentes a los tradicionales: una suerte de privatización del seleccionado, cuya conducción, más que a los dirigentes, pertenece a una empresa que además tiene los derechos comerciales de la Celeste.
Ya en el siglo XXI, la Celeste aseguró una plaza en el Mundial 2010, lo que también significa un lugar en el fútbol globalizado, mezcla de negocio, competencia y espectáculo, que tanto contribuyó a crear a partir de 1924.
Esta reseña intenta recorrer el camino transitado a lo largo de más de un siglo por la Selección uruguaya de fútbol, deteniéndose en resultados pero también en procedimientos, estilos y consecuencias. Recogiendo las voces de cada época, con su tono, visión y proyección. También buscando derribar algunos mitos, alimentados por la tradición oral —“todos los brasileños estaban convencidos de su victoria antes de 1950”, “el remate de Schiaffino que detuvo el barro era el triunfo sobre los húngaros”...—. Con una mirada especial a los triunfos, que fueron muchos, hasta desmesurados para el tamaño del país y su organización deportiva, pero sin obviar dificultades y derrotas. También de ellas se hace la vida, porque obligan a examinar los errores cometidos y enseñan a valorar los momentos de gloria.
La obra ha sido dividida en doce capítulos, más una conclusión, de acuerdo a períodos bien diferenciados en cuanto a generaciones de futbolistas, nivel de juego, procesos de conducción y participación en competiciones internacionales por parte de la Selección.
La primera década del siglo asistió a los pasos iniciales del combinado, cuya evolución apenas pudo medirse por los resultados obtenidos ante los adversarios argentinos. En esos años se esbozó el equipo, que ni siquiera tenía un color de camiseta que lo identificara.
A partir de 1910, el seleccionado alcanzó una personalidad propia, y no solamente por la adopción del celeste como divisa oficial. A partir de ese año se registró una rápida evolución técnica en el fútbol local, que se verificó en los cada vez más frecuentes triunfos sobre Argentina y luego en los títulos sudamericanos.
En 1923, el fútbol uruguayo miró hacia horizontes más lejanos y así alcanzó los títulos olímpicos, que entonces equivalían a los mundiales. Ese lapso fue protagonizado por un grupo de jugadores que extendería su influencia —y sus triunfos— durante más de una década. Un hecho fundamental para la historia de este deporte fue la disputa del primer Mundial (Montevideo 1930), por lo cual merece un capítulo propio.
Poco después de la conquista de ese Mundial, el fútbol uruguayo decayó, aunque la medida exacta de su pendiente no pudo comprobarse por la suspensión temporal de la Copa del Mundo debida a la Segunda Guerra Mundial. Sin embargo, los resultados demostraron que las nuevas generaciones no alcanzaron categoría de la anterior. También debe destacarse que en los años ’40 el fútbol argentino alcanzó su etapa de esplendor y poco después Brasil inició su crecimiento como potencia.
A mediados de esa década, empero, comenzaron a surgir en el país nuevas figuras, que alcanzarían su consagración en el Mundial de 1950. Este triunfo, el más célebre alcanzado por futbolistas de esta tierra, ha trascendido las connotaciones futbolísticas tanto para uruguayos como para brasileños y por lo tanto ha sido relatado, comentado y recordado de mil formas. Las más extremas han sido la glorificación a niveles mitológicos de esa conquista, por un lado, y la negativa a cualquier celebración de la misma, como presunta fuente de posteriores frustraciones para el fútbol de este país y hasta para su sociedad, por el otro. En este libro, entonces, se optó por dos aproximaciones menos usuales: el repaso de la preparación del seleccionado celeste, que resultó bastante accidentada, y la simple descripción de las incidencias principales del partido decisivo, que brinda muchas pistas sobre las razones del éxito celeste.
La victoria de Maracaná abrió un nuevo período dorado, aunque resultó mucho más breve que el ciclo olímpico, y terminó en forma más abrupta y dolorosa, con la eliminación del Mundial de 1958.
Las etapas sucesivas de la historia celeste registran una permanente búsqueda del regreso a las glorias pasadas, jamás recuperadas, aunque con periódicos triunfos continentales que alimentaron ese sueño. Entre 1960 y 1970, Uruguay participó de tres mundiales, con suerte diversa, aunque los torneos internacionales de clubes abrieron un nuevo campo para las obtención de títulos.
En 1971 se inició un proceso de deterioro de la competitividad que estuvo unido al creciente éxodo de los mejores futbolistas locales al exterior. Al mismo tiempo, se apreció una pérdida de aptitudes técnicas y físicas de los jugadores que agravó la situación.
La aparición de otras generaciones de figuras, muchas de ellas fogueadas en los torneos juveniles, permitió recuperar posiciones durante la década del ’80, lo que se tradujo en nuevos títulos continentales y la disputa de los mundiales de 1986 y 1990, luego de una ausencia de doce años. Sin embargo, este período también encerró el germen de situaciones conflictivas que involucraron a dirigentes, entrenadores, futbolistas, periodistas y un nuevo actor del deporte profesional, el representante o contratista, en un marco de intereses económicos cruzados.
En el último decenio del siglo XX el fútbol local vegetó entre los antagonismos internos y los pobres resultados deportivos, una situación de la que actualmente se buscó salir por caminos diferentes a los tradicionales: una suerte de privatización del seleccionado, cuya conducción, más que a los dirigentes, pertenece a una empresa que además tiene los derechos comerciales de la Celeste.
Ya en el siglo XXI, la Celeste aseguró una plaza en el Mundial 2010, lo que también significa un lugar en el fútbol globalizado, mezcla de negocio, competencia y espectáculo, que tanto contribuyó a crear a partir de 1924.
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