jueves, 29 de abril de 2010




Capítulo 1


Así comenzó (1901-1909)


Es una cajita de plástico, negra, con un rótulo que dice “Rollo 416.8”, pero en su interior se guarda la memoria de quienes ya se fueron con el tiempo. Hay un cilindro de metal con metros de microfilme. Se instala en un carrete, se enciende la luz y se gira una perilla para que los grises se tornen letras oscuras sobre el fondo amarillento.
A medida que las palabras alcanzan nitidez, los recuerdos comienzan a tomar forma de sucesos. Un crimen pasional enterrado, debates políticos cuyos ecos se agotaron, movimientos de tropas en países que ya no existen, ofertas comerciales que suenan inverosímiles. Y finalmente, la crónica de una emoción que nacía.
Es apenas una columna, pocas frases, pero describen colores, gritos, momentos, no diferentes a los que se pueden encontrar hoy en una cancha de fútbol, saltando por sobre un siglo de distancia. El gentío que rodea la cancha, las banderas que adornan el palco, las ovaciones que premian el esfuerzo.
Un aficionado baja corriendo del tranvía de caballitos, apurando los últimos pasos sobre la avenida 19 de Abril y saluda con su sombrero a los jugadores que marchan hacia el campo con sus pantalones hasta las rodillas y los mostachos enrulados. Hay cientos de personas, quizás miles, una multitud nunca vista alrededor de un terreno de football, alentando a los orientales en su desafío ante los argentinos. También asisten damas de la sociedad, que cuchichean bajo las capelinas, aunque les interesa más saber quién está y quién no está en el palco que el propio partido. El juego es recio, intenso. La pelota salta y rebota, entre largas corridas y fuertes remates. Los goles son frecuentes y los premian cerrados aplausos, vengan de donde vengan. Cuando el sol se esconde tras la arboleda, el partido está resuelto. Los futbolistas se felicitan con apretones de manos, el público se retira pensando en las revanchas que vendrán.
Ese aficionado podría ser el mismo que acude hasta la Plaza Independencia para enterarse de las novedades que trae el telégrafo desde Colombes. Es igual al hincha que un domingo de julio se sienta junto a la radio de la sala y pide silencio a sus hijos cuando el puntero uruguayo escapa a su marcador brasileño y encara hacia el arco. Enseguida está frente al televisor, agitado por los nervios en tiempo real. Y termina —por ahora— castigando los botones de su control remoto para descubrir en cuál de esos cientos de canales juega la Selección.
Las formas fueron muy diferentes a lo largo de las épocas, pero la emoción siempre parecida a la de aquel día de mayo de 1901, cuando la Selección uruguaya de fútbol jugó su primer partido. No se llamaba de esa forma, ni siquiera vestía de celeste y mucho menos se comprendía la importancia histórica de la jornada, pero aquellos footballers estaban alumbrando una leyenda. En un puñado de años serían los mejores de América, muy poco más tarde cruzaban el océano para conquistar el oro olímpico, enseguida fueron factor fundamental para iniciar la era del fútbol global. Afirmaron la identidad de una república escasa de héroes y mitos. Se convirtieron en canciones, en orgullo de un país, y después también fueron su polémica y su trauma. También se volvieron una porción menor de un negocio gigantesco. Y aunque el tiempo, los resultados y los dólares vayan erosionando la pureza de las ilusiones, los celestes vuelven a encender la expectativa en cada acontecimiento.

La rivalidad platense

La Selección uruguaya de fútbol nació para asumir en campos deportivos la rivalidad entre montevideanos y porteños, surgida durante la colonia y acentuada en los tiempos de Artigas. Como era natural, se trasladó al fútbol.
Durante los años finales del siglo XIX, los británicos residentes en cada capital del Plata acordaron enfrentamientos anuales, entre equipos denominados Montevideo Team y Buenos Aires Team. La primera formación de la orilla oriental estaba compuesta por miembros de los clubes donde se aplicaban las nuevas concepciones europeas sobre los beneficios del ejercicio físico: el Montevideo Rowing y especialmente el Montevideo Cricket. En la cancha del Cricket en La Blanqueada (1) se realizó el match inaugural, en 1889, que concluyó con un 3-0 para los visitantes.
Los partidos internacionales ya eran comunes en el Reino Unido. El primero se disputó en 1872 entre las selecciones de Inglaterra y Escocia en Glasgow. Apenas nueve años antes se habían establecido las reglas fundamentales del juego, durante una reunión cumplida en la Taberna del Francmason, en Londres. No se había inventado todavía el travesaño de los arcos y menos sus redes, el árbitro no usaba silbato y faltaba mucho para que se creara el penal. Era un deporte rudimentario, sumamente violento, pero ya encerraba la magia que le permitiría hechizar al mundo.
La serie Montevideo-Buenos Aires se disputó hasta 1894, siempre con triunfos “argentinos”, aunque ya ese año se llamó para integrar el team a futbolistas del Albion y el Central Uruguay Railway Cricket Club (CURCC), las primeras instituciones dedicadas exclusivamente a la práctica del fútbol. Albion surgió de los alumnos del English High School, por iniciativa de uno de ellos, Enrique Lichtenberger, aceptando solamente jugadores nacidos en el país. La otra fue impulsada por la empresa que manejaba la red de ferrocarriles, con talleres en Villa Peñarol. En sus formaciones iniciales abundaban los apellidos británicos, aunque muy pronto se integraron los criollos, mientras sus colores comenzaban a atraer cada vez más aficionados.
En el pasaje entre los dos siglos, el fútbol dejó de ser un entretenimiento exótico de los ingleses para convertirse en un verdadero furor para los jóvenes locales. Aunque el primer Campeonato Uruguayo reunió en 1900 a apenas cuatro clubes (CURCC, que resultó campeón invicto; Albion, Uruguay Athletic y Deutscher), había muchos más compitiendo en alguna de las canchas que proliferaban en cuanto campito se abría en una ciudad que recién comenzaba a extenderse hacia el este y el norte.
Entre esos equipos estaba Nacional, una formación de jóvenes estudiantes universitarios no admitida inicialmente en la Liga. El mismo proceso se registró en el interior del país, con canchas brotando junto a las estaciones del ferrocarril, para posteriormente diseminarse por otros puntos. Progresivamente el número de instituciones fue creciendo, así como el de las competencias. También en 1900 —el 30 de marzo— se fundó la Uruguayan Association Football League, luego devenida Asociación Uruguaya de Fútbol, organismo rector del fútbol local desde entonces.

El estreno

La Copa de Competencia promovió ese mismo año ’900 los primeros partidos de clubes en las dos orillas por un trofeo. El siguiente paso fue la formación de representaciones nacionales.
El encuentro inicial en esas condiciones entre Uruguay y Argentina se disputó el 15 de mayo de 1901, en la cancha del Albion en el Paso Molino. En aquellos días representaba un punto alejado del centro de la ciudad, que se alcanzaba mediante el tranvía de caballos, cuya línea se inauguró en 1869. Montevideo tenía 290 mil habitantes y toda la República unos 936 mil. El presidente era Juan Lindolfo Cuestas, pero como consecuencia del Pacto de la Cruz, que puso fin a la revolución de 1897, Aparicio Saravia gobernaba prácticamente la mitad del país desde su estancia “El Cordobés”. En 1901 se inició la construcción del puerto capitalino, se inauguró el famoso teatro Politeama y se produjeron numerosos movimientos reivindicativos obreros. La vida política del país también se encaminaba hacia grandes transformaciones.
El Albion fue el organizador del amistoso con los argentinos, por lo que el “seleccionado” vestía su misma camiseta roja y azul por mitades y estaba integrado por nueve futbolistas propios, a los que se sumaron Mario Ortiz Garzón y Bolívar Céspedes de Nacional. La crónica de ese encuentro, aparecida en “El Día” del 16 de mayo bajo la firma de su cronista de fútbol, Referee, no habla de combinado uruguayo sino directamente de Albion, mientras indica que los visitantes trajeron a los mejores futbolistas de sus principales clubes. Podría discutirse por lo tanto que se haya tratado de un verdadero encuentro de selecciones, e incluso existen estadísticas que no lo incluyen. No obstante, las referencias históricas señalan que hubo un proceso previo de convocatoria de jugadores, del cual quedaron afuera los del CURCC, trabajadores del ferrocarril, porque se jugó un día laborable. En el fondo de la reseña de Referee, incluso, se trasluce la intuición de que estaba iniciándose una nueva etapa. Con la ortografía de entonces, esto se escribió sobre el primer partido de un representativo nacional uruguayo:
“Empezaron con muchos bríos, con una expléndida combinación, tanto, que los del ‘Albion’ se vieron al principio empujados frente a su goal por espacio de unos minutos, resistiendo las acometidas en regia dadas por los porteños, que lograron una buena cantidad de shots bien defendidos por Enrique Sardeson, sin resultado. Mas éstos, poco después reaccionaron y empezaron á hacer buenas corridas que por lo inesperadas, pusieron más de una vez en aprietos al goal-keeper contrario”.
“Sin embargo, se vió desde un principio alguna superioridad en el juego de los argentinos, que se han traído una novedad: la de matizar con continuos cabezazos, sabiamente estudiados, las patadas, seguramente como preservativo del cansancio de los pies y de las piernas”.
“El primer goal lo hizo Ailing, para el cuadro argentino, el que fue contestado después por otro metido por Bolívar Céspedes, que secundado por John Sardeson, se llevaron en una rápida corrida la pelota al goal adversario. Como es natural, la concurrencia, decididamente partidaria del ‘Albion’, empezó á aplaudir y á saludar con sombreros y pañuelos este primer tanto, precursor de otros, que si no daban el triunfo, al menos no sería éste perdido por mucha ventaja”.
“En la segunda mitad argentinos y orientales se empeñaron en una lucha furiosa, como que era la decisiva: muchas corridas, no menos shots a los goals é incalculables golpes. Se destacaron por parte del ‘Albion’ jugando de una manera digna de mención los dos Pool, John y Enrique Sardeson, Ortiz Garzón, Bolívar Céspedes, López y Cardenal. Mr. Pool (2), el que fue capitán del ‘Albion’, á pesar de hallarse ya algo pesado, corría ayer, como cualquier otro jugador, habiendo llegado á hacer uno de los dos tantos que lograron meter al team argentino”.
“Al sonar la hora reglamentaria, el score marcaba tres goales para los porteños y dos para los orientales. Teniéndose en cuenta que el eleven argentino está compuesto de la flor y nata de los clubs de Buenos Aires, los goales hechos por ambos clubs demuestran que el ‘Albion’ ha estado ayer como nunca, lo que le hace merecedor á nuestras felicitaciones, esperando que cuando traslade sus planteles al otro lado del charco para jugar en la Liga Argentina, lo haga con buena suerte, y nos traiga á su vuelta, como regalo, un merecido triunfo”.
El escenario del Albion en el Paso Molino, donde la Selección uruguaya inició su trayectoria internacional, era un rectángulo verde con una tribuna de madera y un pequeño palco con techo a dos aguas que también funcionaba como salón de té. El público, muy numeroso en las fotografías que han sobrevivido, tomadas seguramente en alguna de aquellas jornadas memorables, estaba separado de los deportistas por una cuerda sostenida por tirantes. Para las grandes ocasiones, como esa de mayo de 1901, se colocaban banderas uruguayas, argentinas y británicas. El predio estaba rodeado por una frondosa arboleda. En otras fotos de la época aparecen futbolistas posando distendidos, como si se tratara de un día de campo. Hasta allí se llegaba en tranvía de caballos, que en las ocasiones especiales reforzaba sus frecuencias.
La cancha duró pocos años, igual que el Albion original. Estaba ubicada sobre la avenida 19 de Abril, aproximadamente donde se cruza con la calle Adolfo Berro, recostada sobre un arroyito de nombre curioso, el Quitacalzones, que serpenteaba a poca distancia de la avenida Agraciada y desembocaba en el entonces cristalino Miguelete (3). Pese a que se denominaba Paso Molino, la zona se identifica hoy con el Prado. El Albion se había mudado allí al finalizar el siglo XIX, luego de iniciar su actividad en Punta Carretas, y permaneció hasta que el núcleo primigenio de la escuadra se desintegró hacia 1906. Con el correr de los años protagonizó varios regresos y practicó numerosos deportes, aunque nunca en el primer plano que ocupó en el amanecer del fútbol uruguayo. Hoy es uno de los integrantes de la Liga Metropolitana Amateur, ex Primera “C”, y sus seguidores continúan reclamando el decanato entre los clubes locales (4).

Derrota y polémica

El 20 de julio de 1902, en el mismo escenario del Paso Molino, Argentina venció por 6 a 0 a un combinado uruguayo formado por ocho jugadores de Nacional y tres de Albion. Historiadores de Buenos Aires fijan aquí el inicio de los clásicos rioplatenses, puesto que fue organizado por acuerdo entre ambas ligas nacionales. Asistieron unos ocho mil espectadores, de los cuales mil eran argentinos especialmente llegados para el encuentro, según las fuentes del país vecino (5).
Uruguay jugó con camiseta azul con una banda diagonal blanca, más la bandera nacional como escudo. Argentina, casualidad, lo hizo de celeste. La recaudación por venta de entradas alcanzó los 520 pesos, que tras deducir los gastos (el pago de los pasajes de la delegación argentina y su almuerzo en la Rotisserie Severi) dejaron una ganancia de 350 pesos, depositada en el Banco de la República. El seleccionado ya era buen negocio. También fuente de sinsabores y polémicas.
Referee volvió a cubrir el acontecimiento para “El Día” y tituló: “El desastre: 6 goals por 0”. En su comentario, señaló: “Triste verdad es que el resultado ha sido un penoso desastre para nuestros jugadores. Pero, mirada esta fiesta del lado social, los entusiastas cooperadores que han prestado su esfuerzo y su aliento sincero, pueden enorgullecerse de su expléndido éxito”. Los cooperadores eran, claro, los hinchas, que aún no habían recibido este bautismo.
El cronista no sólo prestó atención al juego: “El elemento femenino de todos los rangos hermoseó con su presencia el torneo atlético y le dio al campo del ‘Albion’ un remarcable tono simpático, de alegría fresca, si así puede decirse, por la vivacidad de los colores suaves y matizados, y la retozona juventud de los rostros agraciados vivaces, risoteos felices en aquel ambiente sobrexcitado y bullicioso”.
Cuando Referee volvió a mirar a la cancha, descubrió que “el público, que en un principio empezó á comprimir sus gritos de entusiasmo al ver la decadencia de los nuestros, acabó por llamarse á silencio, con un triste silencio de muerte que duró casi sin variantes hasta el final del partido”.
El mismo día de esta crónica, “El Día” publicó una carta firmada por Lear, quien se quejó del “criterio exclusivista que presidió á la composición del team oriental”. Según el corresponsal, Nacional pretendió integrar con sus futbolistas la mitad del combinado, dejando el resto para los representantes de Peñarol (así lo llamó, aunque su nombre oficial era aún CURCC) y Albion. “¿Acaso lo justo no hubiera sido que formaran el cuadro por iguales partes los tres clubs, que son los más fuertes, ya que los porteños hicieron lo mismo? Es de sentirse que el ‘Peñarol’, justamente ofendido, no haya intervenido en el partido de ayer, pues la derrota entonces no hubiera sido tan vergonzosa”, dijo Lear.
El 22 de julio, dos cartas contestaron a Lear en el mismo periódico. Lichtenberger explicó que el equipo uruguayo fue formado por la Comisión Directiva de la Liga, integrada por dos miembros de cada club afiliado. Si bien habían sido nominados inicialmente los aurinegros Juan Pena, Aniceto Camacho y Ricardo De los Ríos, el dirigente del Albion señaló que los tres renunciaron “ofendidos” porque otros jugadores de su club no formaban el seleccionado. La otra misiva, remitida por Domingo Prat, capitán y dirigente de Nacional, negó que su equipo hubiera ejercido presiones para integrar mayoritariamente el equipo y aseguró que sus jugadores hubieran cedido “gustosos” sus puestos a hombres de otras instituciones. “Creo que nos es mil veces más honroso haber salido vencidos por 6 goals a 0 pero que no se diga en Buenos Aires que el match no se jugó debido a la discordia que reina entre los orientales y que les impide reunir un cuadro de once jugadores”, comentó Prat.
Lear replicó con una nueva carta, publicada el 24 de julio, pese a que Referee reclamó terminar con estas “cuestiones escabrosas”. Aunque este aficionado reconoció la “corrección de procederes” de Nacional en el proceso debatido, afirmó que “haya sido la Liga o cualquier otro elemento influyente en sus decisiones, la que inspiró la organización del team para el partido internacional, no ha procedido con la corrección debida, aunque impremeditadamente sin duda. Y en caso tal, rehusarse á prestigiar sus combinaciones, es cuestión simplemente de delicadeza”.
La convocatoria de los once futbolistas —no se nominaban por entonces suplentes— representó desde el propio origen de la Selección un tema de controversias, que en el fondo albergaban los conflictos de los dos futuros clubes grandes en el seno de la Liga Uruguaya. Esta situación se reiteró en 1903, cuando se disputó el tercer amistoso entre uruguayos y argentinos, y determinó que el combinado estuviera integrado únicamente por futbolistas de Nacional. A largo de las décadas, las diferencias entre Peñarol y Nacional alrededor de la Celeste se reiteraron. Los tricolores se situaron generalmente cerca de las decisiones de la Asociación e hicieron coincidir sus intereses con los del organismo, mientras que los aurinegros prefirieron una postura autónoma, lo que los llevó en varias oportunidades a negar la cesión de sus futbolistas al seleccionado.

El triunfo de 1903

Aquel encuentro del 13 de setiembre de 1903 no solamente quedó registrado por la presencia exclusiva de los jugadores de Nacional. También fue el primer triunfo de la Selección, en una época en que prevalecían los futbolistas argentinos, que habían iniciado el proceso de aprendizaje con anterioridad y con otros medios, gracias a la mayor presencia británica en su vida social y económica.
Las mismas discrepancias que en 1902 determinaron la ausencia de hombres del CURCC llevaron a que Nacional, por iniciativa de su presidente Luis Laventure (hijo), asumiera la representación de la Liga y viajara a Buenos Aires. No fue sin embargo una excursión improvisada: reportajes posteriores a sus protagonistas revelaron que desde fines de agosto, el plantel entrenó todos los días de tres a cinco de la tarde, aprovechando que sus integrantes no tenían obligaciones laborales por ser estudiantes. El amistoso se jugó en el campo de la Sociedad Hípica, en Palermo, ante unos ocho mil espectadores, entre ellos el presidente argentino Julio Roca y el ministro plenipotenciario del Uruguay, Daniel Muñoz.
El primer tiempo terminó con un inesperado 1-0 para los visitantes, con gol de Carlos Céspedes. De acuerdo con las reseñas de la época, los argentinos fueron “un aluvión” al iniciarse el segundo tiempo y lograron igualar a través de Jorge Brown. Nuevamente Carlos Céspedes, mediante un veloz contragolpe, logró el segundo gol uruguayo. Algunos minutos después, Bolívar Céspedes hizo el tercero para los uruguayos, luego de un corner ejecutado por Ernesto Bouton Reyes. Brown, cerca del final, achicó la diferencia, pero ya no hubo tiempo para más.
La Liga argentina felicitó a la uruguaya con un telegrama, en el que afirmaba: “Los miembros del team oriental se han portado como héroes. La línea de forwards ha resultado la mejor que se haya presentado en nuestras canchas”.
En esa línea aparecían, como puntero derecho y centrodelantero, Bolívar y Carlos Céspedes, autores de los tres goles. Junto al tercer hermano, Amílcar, arquero esa tarde, habían llegado a Nacional provenientes del Albion, pues vivían a poca distancia de la cancha del Paso Molino. Los Céspedes unieron sus nombres a Nacional en el triunfo y la tragedia. Su padre era enemigo de la medicina y no permitió que se vacunaran contra la viruela. Por esa razón, cuando se desató una epidemia en 1905, con pocos días de diferencia fallecieron Bolívar y Carlos. Amílcar se vacunó a escondidas y se salvó. Años más tarde, su club les rindió el homenaje de bautizar “Los Céspedes” a su local de concentración.

Los trofeos

La afiliación de la Liga Uruguaya —a través de la Argentina— a la Football Association de Inglaterra hizo posible que comenzaran a llegar a Montevideo equipos profesionales británicos. El primero fue el Southampton, que el 14 de julio de 1904 derrotó por 8 a 1 al combinado local. La leyenda sostiene que en ese partido no se cobró ninguna infracción. Puede ser una exageración histórica ante la sensación que causaron los profesionales, considerados entonces la máxima expresión de este deporte, o simplemente la constatación de que en aquellos días los árbitros no hacían mucha cuestión por el juego fuerte.
En 1905 se presentó el Nottingham Forest, el mismo club que enfrentaría a Nacional en 1981 por la Copa Intercontinental en Tokio. En los albores del siglo se midió con el CURCC y lo derrotó 6-1. La mayor emoción fue el gol aurinegro, obtenido por Juan Pena, considerado el primer ídolo criollo. Un año después llegó el Sud Africa (de aficionados) y superó al seleccionado 6-1. En 1909 fue el turno del Everton, que ganó apenas 2-1, lo cual fue valorado como todo un triunfo por los uruguayos. Ese mismo año, sin embargo, el Tottenham Hotspur goleó 8-0 al equipo de la Liga. La expectativa que estos encuentros despertaron en la afición, más que por la posibilidades deportivas, se radicó en las lecciones que dejaban los visitantes a los aprendices de estas costas.
El primer trofeo puesto en juego entre seleccionados de Uruguay y Argentina fue la Copa Lipton, instituida por el magnate del té Thomas Lipton. También se la conoció inicialmente como Copa de Caridad. El estreno fue el 15 de agosto de 1905 en Buenos Aires y culminó sin goles. Se jugó un alargue de quince minutos sin que nada ocurriera y se dispuso otro, pero el árbitro argentino Guillermo Jordan lo suspendió a los seis minutos, con el argumento de que no alcanzaba a distinguir la pelota, aunque recién eran las cuatro y media de la tarde (6). La prensa montevideana señaló que Uruguay había dominado completamente el partido e incluso Jorge Brown había rechazado una pelota con la mano, pese a lo cual no se sancionó el penal. Por lo menos, el trofeo fue entregado a la delegación uruguaya en muestra de amistad.
Fue el primer partido oficial del seleccionado en el cual alinearon futbolistas del CURCC, si bien ya habían defendido a la Liga en los encuentros ante los profesionales ingleses. Esa tarde en Buenos Aires estuvieron Ceferino y Aniceto Camacho, Luis Carbone y, por supuesto, Juan Pena, junto a dos de Wanderers (Cayetano Saporiti y Cándido Hernández Bentancor) y cinco de Nacional (Carlos Carve Urioste, Ernesto Bouton Reyes, Arturo Rovegno, Carlos Cuadra y Alejandro Cordero).
Exactamente un año más tarde (7) el deportista argentino Nicanor Newton ofreció la copa que lleva su nombre, también conocida como Copa de Ligas, porque aceptaba a futbolistas que actuaran en los respectivos campeonatos más allá de su nacionalidad. Ambas competencias representaron por años el mayor desafío para los dos equipos, y en teoría sobreviven hasta el presente, aunque su disputa es muy esporádica: la Lipton no se celebra desde 1992 y la Newton desde 1975.
El interés creciente del público por el fútbol dio origen a nuevos trofeos, muchas veces promovidos por los gobiernos de ambos países. En 1908 el Ministerio de Justicia e Instrucción Pública de Argentina puso en disputa el Gran Premio de Honor. En 1911, el Ministerio de Instrucción Pública uruguayo establecería sus propias medallas y en los ’20 se añadirían las del Ministerio de Relaciones Exteriores argentino.

Wanderers y el Parque

El 21 de octubre de 1906, diez jugadores del Montevideo Wanderers, campeón invicto de la temporada y uno de los equipos grandes en ese momento, integraron la Selección por la Newton en la cancha de la Sociedad Sportiva porteña, en Palermo. Fueron Saporiti, Aphesteguy, Bertone, Piñeyro Carve, Branda, Sardeson (8), De Miquelerena, Peralta, Zumarán y Hernández Bentancor. Se les unió Pena, del CURCC, quien actuó como capitán. Ganó Argentina con goles de Watson Hutton y Eliseo Brown, descontando Peralta sobre el final.
Ya por entonces el escenario principal del fútbol montevideano era el Parque Central. Se lo utilizó para los encuentros del seleccionado frente a los equipos británicos y el 15 de agosto de 1906 tuvo su estreno en la Lipton, ante unas cinco mil personas. La cancha había sido inaugurada el 25 de mayo de 1900 por su inquilino, el Deutscher Fussball Klub, la institución de los residentes alemanes, en un encuentro ante el CURCC. El predio pertenecía a la empresa de tranvías Unión y Maroñas. El aporte de las compañias de transporte al fútbol en esos años fue fundamental para muchos equipos: Wanderers se instalaría en Belvedere y Peñarol edificaría su estadio de la estación Pocitos en terrenos cedidos por estas firmas.
El Parque Central tenía originalmente dos campos de juego: uno, considerado el “oficial”, con entrada por 8 de Octubre, era usado para sus partidos por los marineros ingleses que llegaban a Montevideo; el otro, al cual se ingresaba por Camino Cibils, fue otorgado al Deutscher.
Cuando los británicos no jugaban en la cancha “oficial”, lo hacía Nacional, que hasta entonces tenía su base deportiva en Punta Carretas. Sus dirigentes obtuvieron la concesión del Parque poco después de su inauguración, gracias a la intervención del gerente de la compañía de tranvías, Juan Cat. Se construyó un palco con estilo chinesco y se instalaron bancos para mayor comodidad del público. Podía albergar unos siete mil espectadores. En 1911 se efectuó una ampliación que elevó esa capacidad a 15 mil.
Sus tribunas de madera se incendiaron en marzo de 1923, por lo que hubo que reconstruirlas. Las obras estuvieron prontas en setiembre y el Parque albergó la Copa América de ese año, la de 1924 y algunos partidos del Mundial de 1930. Un nuevo incendio lo destruyó en 1941, tras lo cual Nacional —que ya había comprado el predio— levantó las actuales tribunas de cemento. En esa oportunidad, se modificó también la orientación “histórica” de la cancha, que hasta entonces tenía sus arcos apuntando hacia 8 de Octubre. Como testimonio de esa época permanece la torre de un molino detrás de la tribuna que da espaldas a la avenida.
Durante la primera década del siglo, Argentina dominó la estadística. Los únicos triunfos uruguayos fueron el de 1903 y otro en 1908, con gol del puntero izquierdo del Dublín, José Brachi. Curiosamente, ambos en Buenos Aires. Lo mejor que se logró en Montevideo resultaron dos empates, en 1908 y 1909.
En la historia del fútbol de la otra orilla, esa época quedó identificada con el Alumni, el equipo formado por los ex alumnos de la English High School. Entre 1901 y 1911, año de su disolución, obtuvo nueve títulos argentinos. La base del conjunto era la familia Brown, que aportó siete hermanos y un primo, aunque no todos actuaron simultáneamente. El más famoso (y ya mencionado en esta reseña) era el mayor, Jorge, quien en una entrevista con “El Gráfico” de 1921 (9) daba cuenta de su nostalgia por los tiempos idos: “El football que yo cultivé era una verdadera demostración de destreza y energía. Un juego algo más brusco, pero viril, hermoso, pujante. El football moderno adolece de exceso de combinaciones hechas cerca del arco. Es un juego más fino, quizás más artístico, hasta más inteligente en apariencia, pero que ha perdido su animación primitiva”.

Notas
1) El campo de deportes del Cricket, cuyo nombre oficial era English Ground, estaba ubicado en la calle Cardal casi Luis Alberto de Herrera. El club lo utilizó entre 1889 y 1945. Anteriormente había utilizado un predio en la avenida 8 de Octubre, donde hoy se levanta el Hospital Militar. Ambas canchas y la zona fueron llamadas La Blanqueada en recuerdo de la denominación de una vieja pulpería del lugar.
2) Se refiere a William Leslie Poole, deportista inglés, profesor del English High School e impulsor de la fundación del Albion entre sus alumnos. Fue jugador, árbitro y dirigente. Su hermano Cecil también actuó ese día.
3) El arroyo y los baños que allí disfrutaba fueron evocados por el escritor argentino Jorge Luis Borges, que pasó algunos veranos de su infancia en la zona, donde su tío Felipe Haedo poseía una quinta.
4) Esta afirmación es contestada por el Montevideo Cricket Club y motivó una carta publicada por “Búsqueda” el 4 de noviembre de 1999.
5) “Historia de la Selección argentina”, serie de fascículos publicadas por “El Gráfico” en 1997.
6) Así lo advierte la crónica de “El Día” del 16 de agosto de 1905.
7) El 15 de agosto, fiesta de Santa María y feriado en ambas orillas del Plata, fue una fecha muy utilizada para los partidos entre Uruguay y Argentina de la época.
8) Es el mismo que actuó como arquero del seleccionado en el encuentro de 1901. Futbolista del Albion, fue fundador de Wanderers en 1902 y también jugador de ese club.
9) Reproducida en el libro “Lo mejor de El Gráfico”, editado en 1976.

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