martes, 20 de julio de 2010

ESTALLIDO CELESTE



Los autores de este libro, que fueron elegidos entre escritores, periodistas, comunicadores de fuerte arraigo y acostumbrados a dar y formar opinión, respondieron a la misma pregunta: ¿Cómo vieron y qué dejó la selección uruguaya que jugó el Mundial de Sudáfrica?
Queríamos tener una muestra representativa de la inteligencia uruguaya y creemos que la obtuvimos. Naturalmente se podrían armar otras muestras posibles y quizá se lograra el mismo positivo resultado: diversidad, fineza, sensibilidad, buena pluma, perspicacia, agudeza y hasta humor.
La editorial eligió bien y ellos aceptaron el reto enjundiosamente.
¿Qué dicen?
He aquí la primera impresión que me provocó la lectura de estas crónicas y, en algunos casos, pequeños ensayos (que aparecen ordenados alfabéticamente por autor salvo una excepción que explico después).

Luciano Álvarez no resisitió su impulso futbolero: eligió los tapones, se calzó, se puso la celeste sobre la camiseta rayada y salió a gambetear los mojones de la historia de Tabárez con entusiasmo y aplicación. No se detiene en el arte, se encandila con el drama de los momentos decisivos en que la vida de una persona cambia radicalmente, en este caso, un gol de último momento, una mano — ¿de Dios o del Diablo?— que salva un partido en el pitazo final.

Daniel Baldi, coetáneo de algunos de los seleccionados, futbolista y escritor dice haber llorado por primera vez frente a un televisor. Profesional experiente y conocedor del mundo oscuro que a veces rodea al fútbol, vivió en forma desdoblada el mundial de la celeste: una parte –la del sentido común—le decía que no se ilusionara, que alcanzaba con haber llegado; la otra —el Baldi entusiasta que jugando en Cerro o en Bella Vista puede arremeter en las concentraciones con libros bajo el brazo, lápiz y papel para escribir en los tiempos libres— le alentaba la esperanza finalmente concretada.

Mario Bardanca, el único periodista deportivo convocado a este emprendimiento, celebra encendidamente el buen éxito de un modelo de actuación y lo analiza con especial cuidado. Ve su profecía cumplida. Acérrimo enemigo del caos en la AUF, de la privatización de la celeste, de la falta de planificación, creyó y defendió en todo momento la concepción de trabajo de Tabárez, señalándolo como el único camino serio para reencontrase con buenos resultados en la cancha.

Jaime Clara hurga en las claves del misterioso fervor que se respiró en esos días, el firme y creciente copamiento del espacio público por la gente embanderada, el estallido celeste. “No solo por la pinta sedujo la Selección —dice—. Tampoco por un juego exquisito ni por su condición física”. Hubo algo más que la gente descubrió.

César di Candia se ocupa de demostrar que este equipo realizó el más laborioso esfuerzo en la historia de las grandes conquistas del fútbol uruguayo, aumentando así el mérito de Tabárez y su grupo. Y no se priva de comparar los valores que trasuntaron estos muchachos con los desaciertos o, directamente, las insolencias en el comportamiento de laureados —o fracasados—planteles de la historia de nuestro fútbol.

Adolfo Garcé, el optimista, nos quiere convencer de que la celebración —el jabulani criollo— está en perfecta sintonía con lo que sucede en el país. Él nos ve como una nación que ha aprendido de sus errores y que, en casi todos los ámbitos, se va superando. Correlaciona directamente la percepción sobre el país y su futuro —medida por encuestas— y las ganas de festejar y le extiende el certificado de defunción al país del bajón.

Macunaíma es poeta, no hay vuelta. Exitoso emprendedor publicitario, todo lo ve arropado en literatura y música. Entrañables recuerdos de antecesores humildes llegados de Brasil, Maracaná y la gesta actual se amalgaman con una onírica invitación a Darnauchans a presenciar el partido con Corea del Sur.

Cristina Morán, en su espléndida madurez, no puede menos que comparar lo vivido en 1950 y lo de ahora. Certifica que el entusiasmo, la pasión no se esfuma con el tiempo. Le tocó vivir este Mundial en plena filmación de una comedia televisiva y compartió con el equipo binacional (argentinos y uruguayos) las alegrías y las ansiedades.

José Rilla atrapa e inquieta. ¿Es posible que tenga ojos de abeja —con sus miles de lentes y especial sensibilidad para detectar movimiento— para observar éste y otros acontecimientos en su complejidad y dinámica? El placer futbolístico, la fiesta vivida no obnubilan su perspicacia, más bien lo motivan a escarbar en el fútbol mismo, en los cambios culturales del país, en los motivos del festejos…y en las cuentas pendientes que tenemos.

Blanca Rodríguez, recordando a aedas y trovadores, nos habla de los héroes antiguos y sus sucedáneos actuales y, con absoluta precisión, devela la razón de la alegría y el orgullo colectivo: un comportamiento digno, más allá del despliegue futbolístico, y, sobre todo, sin soberbia. Esa conducta es la que nos permite sentirnos bien representados. Blanca dice sentirse bien. Casi todos nos sentimos bien.

Cuque Sclavo se encarga de celebrar la insolencia de estos muchachos, protagonistas de una fiesta a la cual no fueron invitados, vengándose, con humor, de Jules Rimet y su fenomenal desconcierto con el triunfo uruguayo en Maracaná.

Dejé por último a Leonardo Haberkorn, el agudo y escéptico periodista. En medio del mundial fue quien me propuso esta idea de conjuntar distintas vivencias y reflexiones sobre el evento, que dio origen a este libro. La estupenda iniciativa estaba fogoneada por su peripecia en esos días. Haberkorn nos habla —en su artículo— de su antiguo enamoramiento de la celeste, limado por una larga decepción que terminó en total indiferencia hacia ella, y de cómo esta Selección fue resucitando, en él, al hincha muerto con renovada capacidad de deslumbrase.

Gracias a todos los que escribieron, gracias por lanzar al ruedo su espíritu vital como lo hizo tanta gente de otra manera, en la calle.
EC

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