lunes, 19 de julio de 2010

Tropezones y porrazos. (César di Candia)


Prólogo


Los preámbulos que suelen escribirse para los libros andan siempre de cabeza gacha, a causa de la vergüenza que les provoca no ser leídos por casi nadie. Algunas veces, se originan en el compromiso de un amigo del autor, otras, en la urgencia de este mismo por golpearse el pecho y exponer sus propios merecimientos, y las más, en la necesidad de justificar entre los lectores el contenido de un libro que ellos generalmente ya conocen. Descartados por su falta de decencia los dos primeros motivos, queda indemne el último, que siempre está herido de muerte por su propia inutilidad. Inmersos en ese trance, habría que decir entonces que Tropezones y porrazos continúa la tónica mostrada por su predecesor y hermano de leche (a veces de mala leche) Resbalones y caídas, que su título no es más que una repetición sinonímica del anterior, que como éste persigue el mismo fin, y que su esencia es tan parecida que bien pudo haber sido parte del libro anterior y no lo fue por razones de tamaño. Otras explicaciones huelgan: se trata de un trabajo estrictamente periodístico para el cual los archivos, la memoria y la paciencia han colaborado activamente aportando datos curiosos, extraños, cómicos, extravagantes e incluso patéticos acaecidos en la política nacional durante los últimos cien años. No ha habido malas ni buenas intenciones. Solamente rigurosidad.


Himno Nacional: ¿ópera o murga?

La ejecución del Himno Nacional en ritmo de murga, que asombró a la gente el último día que jugó Uruguay por las eliminatorias para el Mundial de Fútbol, trae al presente otros avatares de la más representativa música nacional, vividos a través de los años. De acuerdo a una prestigiosa revista que salía al comienzo del siglo pasado (*), nuestro himno no tuvo un parto fácil. Ocho años después de la declaratoria de la independencia, el país seguía sin tener una música que lo identificara. Según Isidoro de María (**) hubo una primera, compuesta por un señor Barros y ejecutada con gran pompa en 1833 en el teatro San Felipe, que no le gustó a nadie. Luego se probaron tres partituras más de los profesores Smolzi, Sáenz y Casalli, con igual efecto negativo. En 1845 se organizó un gran certamen musical, y tres años después, con las firmas de Joaquín Suárez y Manuel Herrera y Obes, se declaró oficial la música compuesta por Fernando Quijano, un guitarrista aficionado, que fue orquestada por Debali. En 1900, la revista de referencia denunció que «toda la introducción» (no el resto) había sido plagiada de una ópera poco conocida del compositor Gaetano Donizetti llamada Lucrecia Borgia, más específicamente de una parte a la que el maestro italiano denominó «Coro de Gondoleros». Quien escribe estas notas escuchó la obra una sola vez en el SODRE y da fe de que es idéntica. No hay datos de que la radio oficial la haya vuelto a pasar, ni siquiera de que conserve la grabación, pero no ha de ser tan difícil conseguirla y comprobar.

(*) Rojo y Blanco, número 7,
Ed. Dornaleche y Reyes, 29 de julio de 1900.
(**) Isidoro de María, Montevideo antiguo,
Ed. Biblioteca Artigas, 29 de junio de 1957.

Disidencias

Las relaciones que mantuvieron entre sí algunos rehenes tupamaros encarcelados por la dictadura en las peores condiciones imaginables no fueron tan buenas como cuenta la leyenda. Jorge Zabalza le contó a un colega del movimiento (*): «En 1978 estábamos totalmente neuróticos. Estábamos los tres peleados. (Se refiere a él, Marenales y Sendic.) Las mismas reacciones que teníamos con los milicos las teníamos entre nosotros. (...) El Bebe nos colgó el tubo (no nos habló) durante un año». Julio Marenales fue más explícito en sus declaraciones. «Tenía reacciones irracionales. Habíamos reclutado en Paso de los Toros a un soldado que incluso le llevó mensajes a Tabaré Rivero en Libertad. El Bebe le pidió ácido para romper la pared. Le dije que no existía ácido, que disolviera el ladrillo y el Bebe se enojó con nosotros acusándonos de haberle dicho al soldado que no trajera ácido».

(*) Samuel Blixen, Sendic, Ed. Trilce, 2000.


Lacalle, según Larrañaga

Entrevistado por un semanario el senador Jorge Larrañaga, autodefinido en la nota como «difícil de arrear», juzgó de esta manera el gobierno de su correligionario Luis Alberto Lacalle: «Fue un gobierno que tuvo muchos aspectos positivos pero se perdió la oportunidad de haber sido un gobierno excelente por un defecto que a mi juicio tuvo, que es la excesiva vanidad en algunos de sus integrantes. (...) Creo que muchos aspectos positivos de su gestión fueron opacados por directa responsabilidad de algunos de los integrantes de su gobierno, que no desplegaron su acción con la humildad que el ejercicio del gobierno supone. Y encima de ello ciertos aspectos de corrupción que lo terminaron opacando»(*).

(*) Crónicas Económicas, 13 de junio de 2003.

Preocupación

El mismo día del golpe de Estado de 1973, el presidente Bordaberry (ya convertido en dictador) pronunció un discurso transmitido en cadena en el cual expresó: «Este paso que hemos tenido que dar no conduce y no va a limitar las libertades ni los derechos de la persona humana» (textual, subrayado del autor).


Los tupamaros jamás ganarán

De acuerdo a una opinión del ex presidente de la República doctor Julio María Sanguinetti, el Movimiento de Liberación Nacional no tenía la menor posibilidad de acceder al poder. En una entrevista que le realizara en 1986 el periódico Argentina News, editado en inglés en Buenos Aires, y recogido el 10 de marzo del mismo año por el diario Clarín, Sanguinetti declaró: «El movimiento tupamaro no tiene posibilidades electorales en Uruguay, ya que nunca tuvo una implantación popular importante. Los tupamaros fueron un movimiento de élite que no alcanzaron nunca simpatía ni penetración en los sectores populares del país. (...) Personalmente, creo que ni sus propuestas ni su pasado permiten pensar que puedan alcanzar un nivel de aceptación ni siquiera mínima en el país”.

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