lunes, 17 de mayo de 2010

Padres sin autoridad, hijos sin rumbo [de Fanny Berger]



Introducción



Este libro fue escrito con la ayuda de mi computadora, desde el punto de vista técnico; pero su contenido emana de mi experiencia, como psicóloga clínica y educacional, y como madre, enriquecido, además, por lo que aprendí gracias al privilegio de compartir, durante años, entrevistas con padres en diferentes países y de distintos medios socioculturales.

¿Qué quiero transmitir, ahora, de mi experiencia personal y profesional de estos treinta años? Son varios los mensajes que me surgen, entre tantos recuerdos de momentos vividos con padres, niños, docentes..., todos con historias muy distintas, en las que se destacan, sin embargo, las mismas preocupaciones, dolores y, más que nada, el anhelo común, entre los adultos, de ayudar a hijos y alumnos.

Primeramente me aparece un mensaje de confianza en el ser humano.
Tú no estás solo en este largo, dificultoso, y por momentos, desbordante y hermoso camino de educar hijos. Este camino es transitable. Encontrarás obstáculos generalmente superables, pero el tratar de enfrentarlos depende de ti. Tú puedes elegir qué hacer, por ejemplo, ante determinado comportamiento de tu hijo. Si decides hacerte cargo de tu conducta, de tu reacción frente a tus hijos, encontrarás, en estas páginas, sugerencias, ideas, que te ayudarán en tu vida diaria. Recuerda que el primer paso es que tú decidas tomar conciencia de lo que sucede a tu alrededor, en tu entorno, y qué provoca esa realidad externa en tu mundo interno, para luego ver la forma en que esa realidad objetiva y externa influye en ti como persona. Te daré un ejemplo: tu hijo puede gritar y tal vez por unos años no logres cambiar esa conducta. Sin embargo, tú puedes responder ante sus gritos de variadas formas: a) plegarte a su conducta, con lo que provocarías una sumatoria de gritos; b) contestarle con voz clara y firme, “estás gritando y eso no te ayudará en nada”; c) repetir el mismo contenido sin gritos, en una forma tranquila. Tú eliges cómo comportarte frente a él. Para responder eficazmente siempre deberás conectarte con lo que sientes frente a su conducta.

El segundo mensaje tiene que ver con el conocimiento.
Todo padre* posee una sabiduría interior que muchas veces está oculta, escondida bien adentro, sin que se tenga conciencia de esa fortuna. Pretendo que te conectes con ella porque tú la tienes en tu mundo interno y así contarás con la energía y la fuerza para educar a tus hijos en la alegría. Este libro te aportará herramientas que solamente tu sabiduría interior de madre, padre, te permitirá usar. Ese lugar, el de poder hacer algo frente a lo que sucede en tu entorno, es tuyo solamente. Espero que en estas páginas encuentres respuestas, sugerencias, ideas..., que, con tu fuerza interna e intuición, contribuyan a transitar felizmente el proceso de crianza y educación de tus niños.


El tercer mensaje se refiere a cambios y permanencias.
Estos últimos años han sido de gran desarrollo tecnológico y de profundos cambios familiares y sociales. Sin embargo los niños, en todos los tiempos y lugares, han necesitado de una autoridad parental para desarrollarse adecuadamente en el ámbito intelectual y afectivo. Quiero señalar que a pesar de todos los grandes movimientos y transformaciones, los padres mantienen un rol específico y trascendente, hoy como ayer, que solo ellos pueden ejercer. Ni los demás, ni las máquinas, ni nada inventado hasta ahora, podrán sustituirte a ti en esa función de vital importancia que es educar a tus hijos.
En los últimos años hemos asistido a gran variedad y abundancia de productos de todo tipo, entre los cuales, máquinas de gran rapidez y múltiples usos. Pero no obstante ese gran desarrollo tecnológico, las relaciones humanas permanecen siendo conflictivas. El despliegue de la tecnología de los tiempos recientes no ha sido acompañado por el desarrollo emocional y espiritual de los seres humanos.
Tenemos un cerebro humano compuesto de un hemisferio izquierdo racional, que piensa, educa, induce, y un hemisferio derecho que siente, que es la base de los afectos, la intuición y la creatividad. Están relacionados entre sí por el cuerpo calloso. En mi opinión, el hemisferio cerebral izquierdo o racional ha recibido mucho estímulo a través de la educación formal e informal, y el hemisferio derecho ha sido relegado en importancia, por padres y educadores.
Pero todos sabemos que los seres humanos somos razón y emoción, pensamos y sentimos. La concepción bio-psico-espiritual del hombre es la más aceptada. Esto significa que somos seres biológicos, emocionales y espirituales y que todos estos aspectos se interrelacionan. Si atendemos un sector y descuidamos otros, esta falta de cuidado traerá problemas.
Respecto al campo educativo, pienso que hemos invertido mucho tiempo y energía en el desarrollo cognitivo y motriz del niño, pero nos hemos olvidado de poner la misma fuerza en su evolución emocional. En el comienzo de este tercer milenio, se nota un gran desfasaje entre el desarrollo intelectual y el emocional en los niños. Es verdad que estos aprenden muchas cosas a menor edad que hace unos años. Es cierto que llegan a un desarrollo motor con gran velocidad y que adquieren muchas destrezas manuales y conceptos abstractos hasta dos años antes que los chicos de la última mitad del siglo XX. Se desarrollan más rápidamente en ciertos aspectos que los niños de hace veinte o treinta años.
Sin embargo, muchos de esos niños se frustran muy rápidamente, se exasperan ante una simple dificultad, no toleran los límites. Todo “no”, o algo que no sale como él quiere, es vivido con gran enojo. Esta poca capacidad para soportar las frustraciones diarias los vuelve irritables, con problemas de conducta. Los chicos de hoy en día son más inquietos, y a veces más agresivos, dependiendo del caso concreto, lo que dificulta la relación entre padres e hijos, entre compañeros, y entre maestros y alumnos.
Para la tarea de estimular y potenciar el desarrollo emocional de cualquier niño, te necesitamos a ti, padre. No existe institución educativa ni cultural que pueda ocuparse con tanta eficacia de su desarrollo afectivo, a pesar de todos los problemas que puedan existir en la familia. Los niños necesitan una autoridad, hoy más que nunca, para incorporarse a esta nueva sociedad de la tecnología y el consumismo sin perder lo mejor de su naturaleza humana.

El cuarto mensaje se relaciona con la idea de poder construir un puente entre el saber intelectual de los distintos profesionales y lo que realmente te sucede a ti en la vida diaria.
Pienso que la psicología tiene una función importantísima: la de ayudar a los seres humanos a vivir mejor. Esa ayuda no se puede dar a través de teorías y palabras abstractas difíciles de entender, sino empleando un lenguaje claro, comprensible y aplicable a lo que sucede en lo cotidiano. La psicología puede y debe contribuir a prevenir problemas y a disminuir el impacto nocivo de los ya identificados. Este libro pretende hacer de conexión entre la teoría y la práctica, de modo que todo lector pueda aprovecharse de él para aplicarlo en su vida diaria.
Espero que te sirva en el día a día, entre otras cosas, para afianzar tu autoridad parental.


En el capítulo primero encontrarás desarrollado el concepto de autoridad, y especialmente el de autoridad paterna (o materna): qué es y qué características debería tener en este tercer milenio que ha comenzado. Además, qué necesitas tú para ser considerado autoridad parental, qué clase de saber y qué necesidades emocionales tienes que saciar en tus hijos para ser percibido como tal.
En el segundo capítulo hablamos de la presencia física y emocional de los padres. Describimos los mecanismos de defensa que, cuando son empleados, provocan la ausencia de los padres en la educación, y desarrollamos el concepto de presencia orientadora y activa. Además, exponemos el Método de las cuatro E, tan importante para la educación de los niños.

En el siguiente capítulo, con el fin de lograr ese objetivo de tender un puente entre teoría y práctica, transcribo una selección de las preguntas que me han formulado padres de chicos de diferentes edades, con motivo de mi participación en programas de radio y televisión, y también mis respuestas. Son sugerencias, ideas, lineamientos generales que ayudan a pensar, juntos, la forma de vivir mejor atendiendo a todos, grandes y chicos. No son recetas que se puedan copiar automáticamente. Cada uno se conoce a sí mismo, tiene clara idea de cómo puede reaccionar y sabe del tesorito que habita en su casa.


No puedo terminar la introducción de este libro sin compartir una interrogante que es recurrente en mí y que aflora cada vez que en los distintos medios de comunicación aparece la historia de un criminal, estafador o genocida. Siempre me pregunto, en esos casos, cómo habrá sido su relación con sus padres. No me pregunto en qué colegio estudió o en qué lugar físico creció, sino en qué clase de vínculos afectivos estableció con sus seres queridos, en los primeros años de vida, para ser y hacer lo que la prensa nos comunica.
Es en la infancia donde encontraremos las respuestas a esta pregunta vital y existencial; en la forma de relacionarse con sus padres, en los lazos afectivos que estableció con otros. La relación con los padres en este período es crucial. Sobre esta primera relación se construirán otras: con las maestras, con los amigos, con la pareja, con los compañeros de trabajo… Todos estamos de acuerdo en esta idea, pero discrepamos sobre qué le hace falta a un niño para crecer y adaptarse sanamente. Espero que en este libro encuentres la información necesaria para que tú reflexiones sobre qué necesita tu hijo de ti, y de acuerdo a eso puedas brindarle una buena respuesta como padre, como autoridad parental.


No todo vale
En estos últimos años se ha generalizado la creencia de que todo lo que sientes, expresas y haces, es igualmente estimable, o sea, la idea del “todo vale”, algo que no comparto. Durante la crianza de los chicos tenemos que ser muy cuidadosos en apreciar qué es lo que facilita o inhibe un buen desarrollo de la persona que estamos educando y tanto queremos.
No todo vale, y el niño no necesita de un padre que sea su amigo, que sea permisivo. Tampoco de un padre autoritario, que lo asuste y lo amenace y le aplique fuertes castigos como forma de educarlo.
Me recibí hace tres décadas y observo sensibles cambios en la relación entre padres e hijos. Hasta hace unos pocos años los niños transmitían, en sus creaciones –juegos, dibujos, redacciones, etc.–, vivencias de figuras parentales fuertes, o por menos más fuertes que ellos, con determinadas características personales. De un tiempo a esta parte, de acuerdo a los dibujos y juegos donde aparecen familias, los padres son vivenciados como débiles, sin fuerza y, en muchos casos, como amigos y no como figuras de autoridad. Esto no tiene nada que ver con el nivel educativo ni cultural ni socioeconómico de los padres, ni de los niños.
Considero que esto constituye un problema central en el desarrollo emocional de los niños y que tiene influencia en las relaciones sociales con las otras personas de la comunidad. Si un niño crece sin una autoridad parental, no podrá respetarse ni respetar a nadie a lo largo de su vida.
Existe una paternidad biológica que es la capacidad de dar vida. Pero hay también una paternidad de crianza.
La paternidad biológica es la más fácil y la que insume menos tiempo, a pesar de que existen dificultades en procrear y dar a luz.La paternidad de crianza es la más complicada porque dura toda la vida, sin vacaciones, veinticuatro horas al día; y además las competencias cambian según el momento evolutivo que atraviesa el hijo. No es lo mismo educar a un bebe, que a un niño de seis años o a un adolescente. ¡Qué profesión tan variada debe ejercer, sin asuetos, sin jubilación, sin una institución donde pueda aprenderla!

viernes, 7 de mayo de 2010

Primer capítulo de "Papis, miren qué me pasa"


¿Qué necesita un niño para crecer sanamente?


Muchísimas cosas. Pero nosotros nos referiremos sólo a algunas que creemos vale la pena profundizar.

Hablaremos del amor, la aceptación, los límites, la responsabilidad, la comunicación afectiva, la empatía, la automotivación, la creatividad e imaginación y la habilidad para enfrentar los problemas.




Amor

El amor es un excelente tónico para crecer y vivir adaptándose al entorno, a las circunstancias que le toca afrontar a cada ser humano. Además, ayuda a sobreponerse de las adversidades de la vida.
Un niño necesita experimentar una relación amorosa, tener un vínculo afectivo con un adulto o un niño más grande que él. El amor lo humaniza y, para tomar un término de la medicina, actúa como anticuerpo contra las dificultades de la existencia. Lo protege y lo defiende de los peligros del medio en que está creciendo.
Existen ejemplos múltiples para avalar este hecho: niños que recibieron maltratos físicos y que no repitieron esa misma conducta, cuando ellos fueron padres, porque tuvieron un vínculo afectivo con otros adultos, no necesariamente padre o madre; ya que en estos casos fueron progenitores violentos. Pudo haber sido un maestro, un vecino, un tío o un abuelo. Este vínculo afectivo con otro ser humano fue un anticuerpo que los salvó de incorporar a su repertorio personal, conductas violentas con su descendencia.
Todos sabemos que es frecuente imitar comportamientos de otros, especialmente de nuestros padres. El amor construye puentes, nexos entre las personas, necesarios para que un niño se desarrolle y crezca de la mejor manera posible. El psicólogo americano Abraham Maslow colocó la necesidad de amor encima de la necesidad de alimento, agua, abrigo y aire.
Las personas pueden dar sólo lo que tienen en su interior.
Por lo tanto, no podrán dar amor si no se aman a sí mismos, ni serán capaces de brindar confianza si no confían en la propia fuerza interior.
Hay que comenzar por amarse para poder amar a los otros y desarrollar la propia confianza en sí mismo. Es difícil alentar a un hijo si uno se descorazona ante cualquier dificultad. Comienza por desarrollar tu capacidad de darte fuerza a ti.
Todo camino empieza en uno mismo, es una búsqueda interna que se inicia en el interior de la persona y termina en las relaciones interpersonales con el mundo circundante.

¿Qué significa sentirse querido o amado?
El niño que recibe amor se siente seguro y confiado. Eso se trasluce en su comportamiento; él tiene la hermosa sensación de sentirse importante para sus padres y para las demás personas.
El amor de padre a hijo es incondicional y eterno, es decir, no se desvanece con el tiempo como sí puede hacerlo una relación de pareja.
Sobre este vínculo afectivo se construirán las futuras relaciones con los otros.

Recalquemos dos principios importantes.
. Primero: el amor, en ausencia de padres, puede ser brindado por otro u otros adultos, por ejemplo un maestro, un abuelo, un tío. Sólo quien se sintió querido por otro puede entrar en el maravilloso mundo humano. Lo importante es que el niño reciba afecto de una persona para lograr, a pesar de los avatares de la vida, una existencia sana.
u Segundo: si la manera en que los adultos recibieron amor cuando eran más pequeños no fue la que hubieran deseado o necesitado, pueden cambiarla con sus hijos.

Con respecto a este sentimiento tan fuerte que es el amor, se obser-van tres grupos de padres:
. Los que por serios trastornos sienten amor de manera especial.
. Los que sienten amor pero tienen dificultades para expresarlo.
. Los que sienten y expresan amor.

En el primer grupo están los padres que tienen serias patologías; se hallan tan enfermos psicológicamente que el amor que pueden ofrecer —a veces sin responsabilidad, otras veces con mezcla de rabia o violencia—, no logra que el niño se sienta querido.
Para evitar que el niño imite esas conductas, sea del progenitor o de otra persona, algunos adultos deberán brindarle el amor necesario para desarrollar los anticuerpos que le impidan repetir la misma historia familiar.

En el segundo grupo se observa una gran dificultad de los padres en demostrar amor.
Un aspecto es el amor que sienten, otro es cómo lo manifiestan. La pregunta es: ¿cómo los padres pueden demostrar amor por su hijo? La respuesta es que depende de la forma de ser de los involucrados en este vínculo.
Sería productivo que pudieran ser conscientes de la manera de expresar el amor y, lo más enriquecedor, de cómo este amor llega al niño.
Es importante darse cuenta de lo que está necesitando el hijo para sentirse amado. A veces, pequeños detalles son sentidos por los niños como falta de amor, y otros, por el contrario, son vividos como prueba de amor.

Recuerdo a un niño que se sentía amado cuando su madre le preparaba la leche. Para él esa conducta era una prueba de cariño. La madre no se había dado cuenta de la necesidad de su hijo, sin embargo lo amaba y se preocupaba por él, pero su hijo no se sentía querido. Una vez que comenzó a prepararle su comida, la relación cambió.

Para ciertos niños las caricias son la única forma de sentirse amados. Existen niños que se sienten importantes cuando sus progenitores le preguntan acerca de sus estudios; otros en cambio, con esa misma actitud, se sienten presionados.
Lo fundamental es ser consciente de la necesidad del niño, que muchas veces es muy distinta de la que el padre cree.
Muchos niños se quejan de no ser amados por sus progenitores. En las sesiones familiares vemos que en realidad son queridos, pero ellos no se sienten amados.
Cuando la dificultad está en demostrar amor, no en sentirlo, es que falla la capacidad de expresarlo.

Existen madres que dan excesiva importancia al aspecto físico, al cuerpo y a la apariencia. Las hijas sienten que estas madres las quieren solamente si consiguen estar “elegantes” como ellas. El niño necesita sentirse amado sin condiciones previas. La dificultad está en expresar el amor y en diferenciarlo de los gustos u obsesiones parentales.
Si la hija no le presta atención a su apariencia física, la madre se puede sentir muy preocupada por su actitud contraria a los gustos maternos. A una madre le pueden gustar, hasta obsesionarse, los cuerpos esbeltos, con medidas perfectas. El asunto es qué sucede si su hija no reúne estas condiciones estéticas. Y si rechaza el cuerpo de su hija, ¿qué estará tapando con su obsesión por la imagen corporal? Le puede gustar la delgadez, pero ¿puede aceptar a una persona que no la tenga? ¿Qué estará pasando con esa madre que busca la perfección en el cuerpo de su hija?
Lo que sí sabemos es que esa niña-mujer no se sentirá amada pues el rechazo por su cuerpo lo sentirá hacia toda su persona.
En realidad la madre no se acepta a sí misma, se obsesiona por su imagen y proyecta en su hija su propia no aceptación. No tolera en sí, ni en nadie, lo que ella siente como una imperfección.
Sentirse amada con una condición previa es no sentir amor. En este caso el pensamiento de la chica sería: “Para que mamá me quiera y me acepte, tengo que tener una apariencia física perfecta, medidas esbeltas y siempre estar vestida en forma impecable. Es la única manera de ser amada.” Lamento comunicarles que esto no es amor pues implica una condición. Te pueden gustar las figuras delgadas pero amar a tu hija que tiene unos kilos de más.
Un aspecto es el amor que siente la madre, otro es su obsesión por lo físico.
Este es un problema de la madre, que tiene que ser aclarado y entendido como tal para que la hija no se sienta rechazada. Podríamos preguntarnos: ¿Qué obsesiones o dificultades están obstaculizando la expresión del amor que sentimos hacia nuestros hijos?
Si se puede aclarar este punto interiormente, se facilitará la relación con ellos.
Siguiendo con el ejemplo anterior, digo: si quieres seguir siendo obsesiva con tu físico, hazlo, pero no por eso rechaces a tus hijos si no son como tú deseas. Te puede no gustar el cuerpo de tu hija, pero tienes que separarlo del amor que sientes por ella. Empieza por aceptar tu propio cuerpo y no mires tanto el de los otros. De lo contrario, tu hija no se siente amada; percibe el amor mezclado con la obsesión materna.
Los progenitores de niños con capacidades diferentes los aman, pero también sienten dolor, impotencia, tristeza y rabia por el problema que aqueja a sus hijos y a su familia. En estos casos es donde más importancia tiene el hecho de observar cómo y dónde se demuestran estos sentimientos, porque puede ser que los niños perciban el dolor de sus padres y se sientan rechazados.
Sería conveniente tener un espacio propio, por ejemplo algunas sesiones psicoterapéuticas —que no significa un proceso largo de psicoterapia—, para que estos adultos puedan volcar allí su su-frimiento y de esta manera allanar el camino para que el niño-hijo pueda sentir el amor en forma pura, no contaminado por el dolor.

En el tercer grupo están los padres que tuvieron modelos positivos de brindar amor, fueron niños amados sanamente y repiten estos mode-los.
También hay padres que, con gran esfuerzo, y ante la ausencia de estos modelos paternales, han recorrido un largo camino y son capaces de dar lo que nunca recibieron.
Estos son un ejemplo de lo que un ser humano puede realizar por un hijo.
El maestro indígena andino, Luis Espinoza, conocido como Cha-malú, en su libro “Los pasos del kaminante”, escribe: “Quien se ama a sí mismo y a los demás, está vacunado contra las enfermedades.”
Esta frase es una referencia al hecho de que muchas enfermedades tienen causa emocional. Cuando uno es capaz de amarse y amar a los otros estará en las mejores condiciones para no enfermarse y no contagiarse de los peligros ambientales, que son muchos. El amor es la más natural, segura y potente vacuna contra los males.